La sencillez es cosa de niños

A mi sobrino Jacob no le gusta las verduras ni los vegetales. Nada verde dice él. No acepta ni una hojita de cilantro en su caldo. Su paladar es muy sencillo. Un día mi hermano estaba haciendo pasta para su familia. Él es un buen cocinero y podría decir que casi cocina igual de rico como mi madre. Le encanta poner diferentes hierbas a la salsa para un buen sabor italiano. Pero a su hijo menor no le gusta nada verde en su pasta. A los adultos se les ocurrió una idea. Querían enseñarle una lección al niño, para demostrarle que la comida es más rica con especies y hierbas. Así que le sirvieron un plato de pasta sin salsa y sin sal. Simplemente pasta. Esperaban que Jacob iba protestar al ver el plato blanco y sin sabor. Pero pasó todo lo contrario y el niño se comió la pasta con mucho gusto como si estuviera comiendo un manjar.

No estoy diciendo que debemos comer la comida sin sabor, pero me parece que de Jacob podríamos aprender algo importante; encontrar placer en lo sencillo.

El se puede distraer horas a lado de un charquito con sus juguetes. Se alegra al recibir cualquier regalo sencillo. Le gusta estar en casa rodeado por su familia. Se siente seguro y amado.

También observo como mi sobrina, Monse, dibuja en sus cuadernos durante horas, feliz, dichosa de la vida. Llena las páginas con sus retratos de familias cogidos de la mano, del campo con sus animales, flores, árboles, y casas sencillas pero con detalles que muestra el amor en su hogar. Cuando ella se llena de alegría y emoción no puede evitar hacer su baile de felicidad. Ella sabe que es amada, protegida, y cuidada. No necesita más.

Ver la vida con la mirada de un niño nos puede ayudar a recordar lo que es realmente importante, lo maravilloso que puede ser la sencillez plena, lo divertido que podría ser bailar de felicidad, ensuciarnos con la tierra, o dibujar lo que más amamos.